se hacen los distraídos y mueven la cola.
Sin parar me lamen la polla.
Pero si estiro el brazo para acariciarlos se apartan.
Más tarde resbalan dentro de mi cama y se recuestan a mi lado.
Si intento escapar, me siguen, se rozan contra mi y me miran extrañados.
El vecino pasea a sus perros por la terraza del piso veinte,
les lanza un hueso para que vayan a buscarlo.
Yo, a los míos, les doy de beber y comer en la habitación, escucho su charla,
pero si me voy para encontrar un poco de paz, rasguñan la puerta, aúllan y ladran.
En el parque, si los dejo pierden los estribos y se dispersan en todas direcciones.
Tengo que esperarlos durante horas.
Vuelven sin aliento, sucios; se arrastran hasta mis pies,
que estoy sentado en un banco, leyendo un libro sobre la historia nefasta de la humanidad,
y les hago ver que no los he notado.
Se están allí, quietos. Mis chicos, esperan que les lea algo
para que volver a nuestra cama, para lamerme y olerme,
para decirme con ojos clarividentes que no necesito nada más.
Poema de Brane Mozetic
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