Chúpamela! era una de las palabras que más me provocaban escuchar de sus labios.
Contemplaba con la respiración anhelante, cómo se cerraban los labios en la primera sílaba, formando un círculo de vicio, cómo chocaban en las dos siguientes y cómo saltaba la lengua dentro, desde el paladar hasta los dientes inferiores en la última.
Contemplaba con la respiración anhelante, cómo se cerraban los labios en la primera sílaba, formando un círculo de vicio, cómo chocaban en las dos siguientes y cómo saltaba la lengua dentro, desde el paladar hasta los dientes inferiores en la última.
Chú- pa- me-la!
Mamarle la polla era la única manera que conocía de rebajarme por completo.
No sabía de otra cosa que me envileciese tanto.
Para mí chupar una polla era lo más asqueroso que había hecho nunca, mucho más que dejar que me la metiesen.
Al fin y al cabo, si tenía intención de metérmela, y eso parecía, se encargaría Él y yo no tendría nada que hacer salvo contraer el culo ante sus embates, someterme por entero y esperar a que acabase.
Pero chuparla, era cosa mía.
Era mi boca la que absorbía, mi lengua la que lamía, mis labios cerrados los que la rodeaban, mis dientes los que la pellizcaban.
Apagaba los suspiros y boqueos de las primeras veces, cerraba los ojos y contenía la respiración,y no pensaba en nada más que su satisfacción inmediata.
Lo escuchaba gemir allá en lo alto, arrodillado frente a sus genitales,tragando su miembro dilatado con el que me rellenaba la boca hasta la garganta.
Entraba y salía a ritmo regular, palpitando caliente y vivo.
Aprendí a distinguir su placer mediante las terminaciones degustativas de mi lengua a base de golpes, porque continuaba tratándome a patadas.
Me amaestraba con pequeños azotes, con los que aprendía un poco.
Yo actuaba como un interruptor, me encendía a golpes.
El conseguía que diese y obtuviese placer con un sencillo gesto, como quien enciende la luz.
Su refinada violencia sexual me encendía.
Me pegaba para que me lanzase, para que me detuviese, para que fuese más lento, más suave, más rápido, más prieto.
Sus azotes me manejaban.
Con ellos dilataba al máximo.
No sabía de otra cosa que me envileciese tanto.
Para mí chupar una polla era lo más asqueroso que había hecho nunca, mucho más que dejar que me la metiesen.
Al fin y al cabo, si tenía intención de metérmela, y eso parecía, se encargaría Él y yo no tendría nada que hacer salvo contraer el culo ante sus embates, someterme por entero y esperar a que acabase.
Pero chuparla, era cosa mía.
Era mi boca la que absorbía, mi lengua la que lamía, mis labios cerrados los que la rodeaban, mis dientes los que la pellizcaban.
Apagaba los suspiros y boqueos de las primeras veces, cerraba los ojos y contenía la respiración,y no pensaba en nada más que su satisfacción inmediata.
Lo escuchaba gemir allá en lo alto, arrodillado frente a sus genitales,tragando su miembro dilatado con el que me rellenaba la boca hasta la garganta.
Entraba y salía a ritmo regular, palpitando caliente y vivo.
Aprendí a distinguir su placer mediante las terminaciones degustativas de mi lengua a base de golpes, porque continuaba tratándome a patadas.
Me amaestraba con pequeños azotes, con los que aprendía un poco.
Yo actuaba como un interruptor, me encendía a golpes.
El conseguía que diese y obtuviese placer con un sencillo gesto, como quien enciende la luz.
Su refinada violencia sexual me encendía.
Me pegaba para que me lanzase, para que me detuviese, para que fuese más lento, más suave, más rápido, más prieto.
Sus azotes me manejaban.
Con ellos dilataba al máximo.
De la novela "Sígueme" de Cristóbal Ramirez
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