"En el centro del recinto estaba colocado un yunque de herrero, encajado en un tajo de madera fuerte y con dos argollas, también de hierro acerado, incrustadas a cada lado. A un costado de ese prisma férreo, el fulgor de las brasas incandescentes de un pebetero, con hierros al rojo dentro, cortaban la respiración al más pintado.
Y formando un semicírculo se sentaban los amos, con los perros a sus pies, para ser testigos del marcaje de esclavos. También había cadenas con grilletes, que pendían de una gruesa viga, supuestamente para colgar a un puto perro y azotarlo brutalmente si intentaba resistirse a su destino de llevar por siempre el sello de su señor grabado a fuego en la piel."
Si pinchas la fotografía o el link de la columna a tu derecha puedes leer el capítulo 19 de esta historia escrita por el Maestro Andreas