"Cuando por fin Raúl podía irse de la casa del general y volver a la de su amo, llegaba con la bolas secas y la picha arrugada y flácida, sin fuerzas ni ganas de servir de puta a su dueño.
Y era entonces el mejor momento que consideraba José para gozar más penetrándolo sin preámbulos y calentamiento alguno.
Y, nada más entrar, lo agarraba, le bajaba los pantalones y doblado sobre una mesa, separándole las patas con un par de patadas, y un simple lapo lanzado al agujero del culo del chaval bastaba para hundirle la tranca de su amo y darle caña hasta que a fuerza de roce en el recto y el morbo de verse montado por su amado dueño, el pito de Raúl se espabilaba y crecía y engordaba, replegando el pellejo para dejar al aire un prepucio brillante y mojado de vicio y ganas de sentir su tripa llena con la leche de su amo."
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