"Tres policías entraron en el bullicioso salón principal del
Mineshaft.
A lo largo de una pared estaba el ancho mostrador de madera,
con cadenas para sujetar colgadas por encima y enganchadas a un costado.
Junto a la caja registradora había un tambor de Crisco con el cartel
del precio que costaba un puñado.
Había una hilera de taburetes
desocupados. Al parecer, nadie se quedaba en esta sala en
penumbra, excepto para atravesarla en dirección a otros pasadizos
oscuros, pedir otra copa o meter la mano en el barril de grasa.
La
mayoría de los hombres que estaban en las otras salas, y eran muchos, no
llevaban camisa. Algunos estaban desnudos, con suspensorios o
chaparreras vaqueras sin nada debajo, de forma que únicamente quedaban
cubiertos los costados de sus piernas, con lo cual curiosamente
protegían la parte menos vulnerable de su anatomía.
Las manos, firmes en
latas de cerveza o mangos de látigo, eran las únicas cosas que
se movían deprisa, cuando bajaban para acariciar un pene bamboleante,
una nalga rosada o sujetar una cintura estrecha, apartándola de la
multitud.
Nadie hablaba, pero los salones se estremecían con las
implacables cadencias de la música disco.
Un olor nauseabundo daba fe de
los centenares de visitantes a este cuerpo biológico; litros de orina,
cerveza, sudor y semen, kilómetros de cuero y carne.
Por todas partes se
destapaban ampollas de nitrato de amilo, proyectando un tenue halo
naranja sobre el jolgorio que era lo bastante intenso para provocar dolor
de cabeza a un novato.
Los detectives siguieron a su guía a través de un pequeño portal a la
izquierda del bar, que comunicaba con una sala decorada como una
prisión, donde había hombres encerrados en jaulas pequeñas, esposados a
los barrotes o atados a las sillas.
- Los muchachos vienen aquí a
divertirse dijo, no muy convencido de poder explicarse con claridad. Uno
de los policías soltó un bufido Y el jefe comenzó otra vez: Lo que
hacen aquí es seguro, sano y consensuado. Hacen exactamente lo que
quieren y de la forma que desean ¿No lo entienden? es un juego con sus
reglas establecidas, el de abajo firma las reglas, cómo donde está el
límite del dolor y cuándo se acaba la escena. Y el de arriba se acomoda a
ellas”
Fragmento de la novela "La bolsa de los juguetes" de David France
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