"Detrás de unas tablas el mirón del río volvía a tocarse la minga, con los pantalones bajados, pero esta vez ayudaba su fantasía masturbando al perro, que le agradecía el favor con gruñidos , jadeos y lametazos en la cara. Manuel su fue hacía los dos como una exhalación y levantó por las orejas al muchacho. Lo arrastró hasta un cobertizo donde guardaban aperos de labranza y, sin darle tiempo ni de rechistar, lo puso de bruces sobre un madero y le arreó una somanta de azotes en el culo que no la olvidaría en meses."
Si pinchas la fotografía o el link de la columna a tu derecha puedes leer el capítulo 34 de esta historia escrita por el Maestro Andreas
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