"Era una escena hermosa ver como ofrecían sus culos al amo y se trasmitían con la mirada la mínima sensación de sus cuerpos. Pero esa compresión mutua no impedía que, en cierto modo, compitiesen entre sí para dar mayor placer a su señor, apretando el esfínter cuando los penetraba o los labios al mamarle la polla. O también, aguantando con más resignación los azotes si su dueño los castigaba por algún motivo, o sencillamente, porque le relajaba zurrarlos, sintiendo el calor de su sangre en la mano."
Si pinchas la fotografía o el link de la columna a tu derecha puedes leer el capítulo 32 de esta historia escrita por el Maestro Andreas
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