"Ningún esclavo llega a la antesala de la subasta a menos que se trate de un ejemplar extraordinario,
el cual es situado sobre una plataforma iluminada para ser examinado por miles de manos y ojos.
Al principio yo acudía personalmente a las grandes subastas.
Mi interés no solo radicaba en el placer de escoger lo que me gustaba entre los novatos
— aunque reciban una instrucción privada, no dejan de ser unos novatos hasta que nosotros los formamos — ,
sino en lo excitante que resultan esas subastas en sí mismas.
En fin de cuentas, por muy preparado que esté un esclavo la subasta supone para él un verdadero cataclismo.
Algunos se ponen a temblar, a llorar, mostrando la angustiosa soledad del esclavo desnudo sobre una plataforma iluminada,
una exquisita tensión y un sufrimiento que constituyen una auténtica obra de arte...
Puedes pasearte durante horas por la inmensa y enmoquetada antesala para echar un vistazo a la mercancía.
La iluminación es perfecta. El champán, delicioso. Y no hay música ambiental.
El único ritmo que percibes es el de los latidos de tu propio corazón.
Puedes tocar y palpar a los candidatos mientras los examinas, así como formular preguntas a los que no están amordazados...
De vez en cuando se congrega un grupo de compradores en torno a un maravilloso esclavo al que obligan a adoptar diversas posturas,
a cual más lasciva y reveladora, y a obedecer una docena de órdenes.
Nunca me he molestado en azotar o atar a un esclavo con correas de cuero durante la exhibición previa a la subasta.
Otros sí lo hacen.
Opino que unos cuantos azotes propinados en el momento de la puja revelan todo cuanto se desea saber sobre el candidato."
Fragmento de la novela "Hacia el Eden" de Anne Rice
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