Cuando se acepta a un esclavo se sabe que ese alguien pasará a ser dependiente de su Amo.
El esclavo estará bajo su autoridad y capricho.
En cierta forma la responsabilidad del Amo se asemeja a la responsabilidad paterna con un niño.
Una esclavo es propiedad del Amo, no en el sentido legal, pero sí en el espíritu.
Como tal, igual que se estima a un animal doméstico, el esclavo debe ser tratado de la misma manera, como una propiedad.
Para que el esclavo encuentre la forma de satisfacer las necesidades de su propietario necesitará ser adiestrado.
La última meta del entrenamiento es potenciar las cualidades del comportamiento sumiso que existen ya en el esclavo.
Un buen esclavo es alguien a quien se le han dado las oportunidades de crecer como sumiso.
El desafío del esclavo es aceptar que su Amo tiene el derecho de hacer lo que quiera si lo cree justo.
Está obligado a seguir centrado en su lugar en la relación sin analizar los métodos de su Amo o razonarlos.
El esclavo confía en su Amo, y por lo tanto confía en su metodología.
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