Lo deseaba más que a cualquier otra criatura y estaba subyugado por el muchacho sin querer admitirlo a ningún precio. Iba a castigarlo por eso más que por haberlo usado en el baño y quiso que el sufrimiento del chico fuese algo privado entre los dos. Un dolor hasta cierto punto compartido ya que el esclavo ya era una parte de sí mismo. Su lucha interna era un desafío de titanes entre su orgullo y prepotencia y la humilde condición de su perro. El refinamiento de la posesión y el dominio contra la ciega obediencia de su cachorro. El uso incondicional de un objeto de su propiedad frente a la pasión y el amor de dos seres unidos en un éxtasis de dolor y placer. La sublimación de la lujuria y la perversión ante la vulgaridad del sexo entre animales. Pero era Manuel quién debía elegir el bando y vencer en esa lucha, ya que Jul siempre sería el vencido rendido a sus pies.
Manuel agarró el pene del chico, totalmente excitado, y le introdujo por la uretra una sonda de acero, bien lubricada pero que hizo chillar al muchacho como un cerdo en manos de un matarife.
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