27/1/15
Puta de mi Jefe -4ta parte
El rubor no tardó en subirme por las mejillas pero cumpliendo sus órdenes, me quité los interiores que llevaba y cuando ya iba a meterlos en el portafolios, don Fernando me los pidió.
Su descaro me terminó de convencer y riendo, le susurré al oído:
-A este paso, ¡Me va a dejar sin ninguno!-
Reconozco que casi me corro al ver que, cuando se lo llevó a la nariz, algo se alborotaba en su entrepierna.
Por primera vez, noté que ese frío ser se excitaba conmigo y por eso tratando de provocar su deseo, me giré para que tuviera un mejor ángulo de cómo me ponía las bragas que me acababa de regalar.
Sus ojos fijos en mi culo hicieron que mi sangre hirviera y sin importarme un carajo el tráfico de esa hora le pregunté si le gustaba.
-No sabes cuánto- respondió con la voz entrecortada.
Sin preguntarle me agaché y bajando su bragueta, liberé el ansiado miembro con el que llevaba soñando dos días.
Su tamaño era tan enorme como el de su dueño pero para mí era un alimento que necesitaba catar con urgencia.
Abriendo la boca, fui introduciéndolo lentamente.
Mis labios pudieron disfrutar de la suavidad de su piel mientras mi lengua se dedicaba a bañar con saliva tan adorado instrumento.
Me encantó escuchar que mi jefe confesaba en voz alta que había deseado que se la mamara desde que vio mi cara de puto en el dossier.
Sin conocerme, me dijo que ya se había corrido varias veces soñando con mi boca.
Sus palabras terminaron de calentarme mientras su pene se incrustaba en mi garganta.
Pensé que a pesar de los cristales espejados los automovilistas de nuestro alrededor se daban cuenta de lo que ocurría pero lejos de cortarme, pensar que estaban mirando espoleó mi deseo y deslizando mi cabeza hacia arriba y hacia abajo, fui absorbiendo en cada movimiento más porcentaje de ese portento.
No comprendo como pude embutirme todo ese grueso tronco en mi garganta, pero antes que me diera cuenta mis labios besaron la base de su pene.
Mi jefe soltando una mano del volante, me empezó a acariciar.
La mezcla de sensaciones, su falo en mi boca, y sus yemas recorriendo mi ano, me provocaron un gigantesco orgasmo que coincidió con la explosión de semen en mi boca.
Con mi cuerpo convulsionando sobre el sillón, comprendí que esa mamada era vital en mi futuro y con auténtica desesperación, usé mi lengua para recoger, cual cuchara, la simiente que puso a mi disposición.
Los gemidos de don Fernando me confirmaron que le estaba gustando y por eso, cogí con mi mano su formidable instrumento y no cejé hasta dejarle bien ordeñado.
No os lo podréis creer pero fui el puto más feliz del mundo cuando habiendo terminado, escuché:
-Menudo dinero más malgastado, los dos putos de ayer no se te comparan-
Cualquiera se hubiese indignado de que su hombre lo comparara con unos profesionales pero, a mis oídos, sus palabras me sonaron como el mayor de los piropos.
Saliendo de debajo del volante, le miré y sonriendo dije: -No los necesita, para eso me tiene a mí-
Atisbé o creí atisbar un ligero cambio en su semblante.
Ese adusto hombre, haciendo un esfuerzo, consiguió que en su cara no se reflejara la satisfacción que experimentó al oír mi confesión pero para su desgracia su pene le traicionó.
Como si tuviera vida propia, se tornó inhiesto y duro al escucharme.
Sabiendo que estábamos a punto de llegar a la oficina y que no tenía tiempo para hacerle otra felación, le di un beso a ese querido glande y tras ocultarlo debajo del calzón, le subí la bragueta.
-No quiero que se me enfríe- comenté al ver la extrañeza de su dueño.
Don Fernando sonrió y dándome las gracias, me empezó a hablar de trabajo.
El amante había desaparecido, surgiendo entre sus restos el odiado jefe que tanto me atraía.
Os parecerá una locura, pero observándole mientras me daba órdenes, no supe quién me gustaba más, el pervertido o el hijo de perra, lo único que saqué en claro era que estaba jodido.
Uno me usaba y el otro me explotaba e incomprensivamente, yo me encontraba en la gloria con ambos.
Al llegar a la oficina, estaba entusiasmado.
No solo todavía tenía el sabor de su semen en mi boca sino que estaba convencido que, a partir de esa mañana, don Fernando iba a sacar punta a su lápiz muchas veces entre mis nalgas.
El duro trabajo al que me sometió durante esa jornada, no perturbó en lo más mínimo mi buen humor porque cada vez que entraba a su despacho, la adrenalina me subía pensando que en cualquier momento ese maldito me pondría a cuatro patas.
Medio desilusionado, vi que eran las ocho y que mi jefe empezaba a recoger su mesa.
Pensando que tendría que espera a otro día, apagué mi ordenador.
Estaba cogiendo mi portafolios, cuando escuché que me llamaba.
Al entrar en su despacho, mi jefe me preguntó si quería cenar con él.
Aunque mi ojete aplaudió como loco al oír su invitación, supe que no podía perder mi oportunidad y mirándole a los ojos, le solté:
-De acuerdo, pero con una condición-.
El hombretón me miró cabreado, quizás pensando que le iba a pedir un pellizco de su cuenta bancaria y conteniéndose las ganas de abofetearme, me preguntó cuál era:
-Quiero que antes de irnos, me folle sobre la mesa de su despacho-.
Aterrorizado vi que se dirigía a la salida, estuve a punto de caer de rodillas implorando su perdón pero cuando ya temía que me dejara con las ganas, cerró la puerta con llave y girándose, sonrió:
-Eres una puta- dijo mientras se despojaba de sus pantalones.
Sin darle tiempo a echarse a atrás, me desnudé quedando solo con las bragas que me regaló y me agaché sobre la mesa, dejando mi culo en pompa.
Mi jefe al llegar a mi lado, puso la cabeza de su glande en mi ojete y con solo la lubricación de un escupitajo, de un solo golpe, me clavó todos sus centímetros en mi interior.
Fue alucinante experimentar como ese maromo entraba en mis entrañas llenándolas por completo.
Nunca en mi vida había sentido una invasión tan masiva y dolorosa de mis tripas y aun así grité de placer.
-¡Qué gusto!- sollocé al ser penetrado por tamaño estoque y esperando que no quedase nadie en la oficina que escuchara mis gritos, comencé a berrear como un loco.
Don Fernando podía superarme en edad pero lo que realmente me estaba doblegando era su hermoso pene estrellándose en lo profundo de mi culo.
Me creía morir, acelerando sus movimientos de cadera mi odioso superior me estaba llevando al cielo antes de tiempo.
Era tan enorme su instrumento que con cada estocada me faltaba el aire y solo cuando lo sacaba, mis pulmones podían respirar.
Si de por sí estaba disfrutando como una perra, no os podéis imaginar lo que sentí cuando mi jefe comprendió que se aproximaba su clímax y cogiéndome entre sus brazos, me pegó a su pecho.
Como si no pesara ni veinte kilos, me empezó a empalar subiendo y bajando mi cuerpo con él de pie.
Con todo mi ser convulsionando de placer, ese hombretón me levantaba con una mano mientras con la otra apoyada sobre la mesa, mantenía el equilibrio.
-Dios mío- aullé al temer que ese salvaje me estuviera destrozando por dentro pero temiendo aún más que dejara de hacerlo, le pedí que continuara.
Don Fernando contagiándose de mi pasión, me mordió el hombro mientras se desparramaba en mi interior.
He follado con muchos hombres pero ninguna de mis parejas había conseguido darme lo que ese maldito y llorando me corrí al sentir su leche anegando mi culo.
Agotado y satisfecho, me desplomé en sus brazos.
Mi jefe depositándome en el sofá, se empezó a acomodar la ropa mientras me decía:
-Esto solo ha sido un aperitivo, te prometo que mañana cuando te deje no podrás caminar ni a la máquina de fotocopias.-
-Se equivoca- le respondí encantado por su amenaza - mañana es sábado y no trabajo.-
-Eso te crees tú, si quieres seguir siendo mi secretario, trabajarás cuando yo lo diga.-
Bajé mi mirada al comprender que por mucho que ese capullo fuese el mejor amante de mi vida, también era el mayor hijo de perra con el que me había topado y yo su juguete; por eso, le prometí que pasara lo que pasase en la noche, ese sábado a las nueve estaría en mi puesto trabajando."
FIN
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