La de Alex era un santuario de vergas, pero no cualquier tipo de vergas, sino vergones gigantes, pijas de buena envergadura, trancas rompeculos.
Así estaba el perro, empalmado todo el puto día y sin sangre que le regase el cerebro para que le entrasen ganas de estudiar y poner a trabajar a sus neuronas, a las que había dado vacaciones de forma indefinida.
Ahora que los cabecillas pensantes de la clase de ingeniería habían puesto en marcha la beta de una app de citas, ¿por qué no probarla poniendo a prueba los filtros para buscar a un tipo que la tuviera así de grande como en las fotos?
Lo que no sabía es que sólo funcionaba en la zona del campus, así que se presentó en su habitación uno de los de último curso que jugaba al rugby, un greñas forzudo y tatuado que estaba de muerte.
Le miró el paquete y supo que ese machazo no había puesto lo de que estaba bien dotado por poner.
Se le marcaba perfectamente la verga bajo los vaqueros y aquello tenía pinta de ser enorme.
Fue gateando por la cama hasta ponerse a la altura de su entrepierna, con nervios y ansias le desabrochó los pantalones y le sacó una mole de rabo impresionante que lo dejó loco.
Sólo diremos que a Alex se le pasó por la cabeza que no podía imaginar jamás que entre las piernas de un hombre pudiera tener cabida algo de semejante tamaño.
Se puso en cuatro patas y dejó que sucediese lo que tenía que suceder, aunque al día siguiente no pudiera sentarse, ni el día siguiente ni en varios días.
Por disfrutar de esa macho empalándole el culo a pelo y partiéndoselo en dos, valía la pena.
Esta podría ser mi casa
ResponderBorrarBesos