9/10/12

La fusta era mi brazo



"Pierre estaba atado a una viga baja y le había sujetado las muñecas con una cuerda. 
Se esforzaba en vano por soltarse, pero los nudos eran muy fuertes. 
Tras los primeros golpes, su ira se esfumó y estuvo bromeando. 
Creía que yo iba a parar, que sólo quería demostrarle que me había hecho daño y que me estaba vengando. 
Pero se equivocaba. 
Luego se calló porque no dejaba de azotarle con todas mis fuerzas, como él solía hacerlo habitualmente. 
Aún podía escuchar la respiración saliendo de mis labios con la rabia de una bestia salvaje. 
Estaba oscuro, pero la noche era bastante clara y en la penumbra gris del granero podía ver lo que Pierre estaba aguantando. 
La fusta era un trazo largo y negro; sólo su restallido daba fe de la realidad: primero se quejaba, como el viento de la noche entre los árboles, y luego, cuando el pespunte y las mallas desgarrados me mostraban la desnudez de hombros y piernas, que Pierre seguía llevando su disfraz, gruñó en el aire con estertores de amor y se dejó caer sobre la piel empapada de sangre.  
Pierre gemía pero sin rechistar, estaba atado por arriba y por abajo, por lo que no podía ni ponerse completamente de pie ni arrodillarse. 
La oscuridad me ocultaba sus heridas. 
Apoyé la frente sobre sus puños.
¡Tal vez estaba llorando! 
Yo tenía la boca abierta; mi aliento me asfixiaba, y veía mejor que a plena luz aquel cuerpo inclinado. 
La fusta era mi brazo.
Era una prolongación de mi cuerpo como si me hubiera convertido en ella, y yo fuera quien cayera sobre aquella espalda y aquellos muslos que eran objeto de mi violenta adoración. 
Había dejado de ser un muchacho para convertirme en golpe que tenían el rostro de un muchacho. 
Incluso me pegaba a mí mismo: estaba de pie y me golpeaba la palma de la mano con el cuero para resistirme a la necesidad de lanzarme sobre aquel cuerpo. 
Entonces, el amor, escondiendo la sangre que se deslizaba por las pantorrillas de Pierre y se perdía entre el heno, el amor el verdugo que me había enseñado las reglas del suplicio, exasperando mi sexo después de mi brazo, me reveló el esplendor de aquel muchacho medio acostado que parecía estar esperando que le violara después de haberle golpeado. 
Sin soltar la fusta, me acerqué. 
Mi sudor era tan pesado que tenía la impresión de que mi cuerpo brillaba como el metal, el sudor de mi primo olía a amor y yo aún no sabía que era de color rojo. 
Le mordí en la nuca con toda la boca y su olor, el olor de sus brazos, de su pecho, de sus huevos, me invadió hasta perder la cabeza. 
Mi mano recorría el cuerpo de Pierre lentamente, desde la espalda hasta el vientre y, al levantar mi brazo para girar su cabeza y besarlo en la boca, el olor de su axila, con el deseo mezclado con el cansancio, acabó de embriagarme. 
Entonces, esos dos olores se unieron y cuando mi cuerpo estuvo dentro del de Pierre conseguí que cobrara vida a nuestro alrededor una tercera persona: el amor."


 Fragmento de  "Los ángeles caídos" de Eric Jourdan

1 comentario: