Indefenso, atados los brazos a su espalda, con las patas estiradas en el aire.
Para complicar las cosas sus bolas también están atadas a la barra que sostiene las piernas y a una mordaza en su boca.
El menor movimiento de cabeza hace que la cuerda estire sus pelotas más lejos.
El arrogante Dominante está encantado con su obra y decide que ha llegado la hora de disfrutar de ese ojete tan accesible.
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