8/6/15

El castigo de tuso

Mi Amo quiso que asistiera al castigo de tuso. 
Solo en los casos de castigos extremos, permitía la presencia de otros esclavos.
El Amo solía ser comprensivo y compasivo, pero no toleraba la rebeldía. 
"El esclavo es desobediente por naturaleza; pero el esclavo rebelde es un animal salvaje que hay que domar", repetía con frecuencia. 
Y para El, la doma de un esclavo implicaba el sufrimiento del tormento físico, sin concesiones de perdón ni atenciones a súplicas ni gritos. 

Era mi primer castigo como espectador. 
Llevaba poco tiempo siendo esclavo del Amo y no se me había pasado por la imaginación cometer la osadía de ser rebelde, por lo que mis castigos siempre fueron en solitario. 
Me excitaba la idea de contemplar a otro esclavo a merced de mi Dueño, aún cuando sabía que el castigo sería duro y ejemplarizante. 


Cuando llegué a la mazmorra, ya estaba tuso desnudo y encadenado a la barra donde el Amo me había azotado en numerosas ocasiones. 
Observé, sin embargo, que la barra no estaba a demasiada altura, de tal forma que tuso mantenía sus brazos flexionados. 
Las cadenas que ataban sus tobillos al suelo impedían que pudiera cerrar sus piernas separadas. 
El Amo me indicó que me desnudara. 
Colocó las esposas en mis muñecas y me encadenó, a poca distancia de donde estaba situado tuso.
Mi Dueño me miró fijamente y, en alta voz, dijo: – Considera un privilegio el estar aquí. Quiero mostrarte como puede llegar a ser tu Amo cuando un esclavo deja de respetarlo. Será un castigo corto, muy corto. 
El tono del Amo era sombrío y duro. 
Su mirada también. Sentí deseos de mirar hacia otro lado pero resistí. 
El se volvió hacia tuso y comprobé que éste temblaba y que su cuerpo estaba brillante por el sudor. 
"Tiene miedo", pensé. 
También yo lo tenía, aún cuando supiera que no era a mí a quien el Amo iba a castigar. 

El retrocedió unos pasos. Posiblemente para que yo pudiera contemplar perfectamente al otro esclavo.
Sus manos se agarraban a la barra, con los dedos rígidos, atenazados por el miedo. 
El leve sonido de las cadenas delataba el temblor de todo su cuerpo. 
Su verga, flácida sobre los testículos.
"No se te ocurra dejar de mirar " me dijo imperativamente.
"Si cierras los ojos, si vuelves la mirada, si te mueves, te castigaré. Contempla como se doma a un animal, sin mucho esfuerzo."

El Amo se descalzó. 
Vestía un arnés de cuero en su contundente torso peludo y un ajustado pantalón también de cuero que le marcaba su gran verga y su culo prieto. 
Se situó frente a tuso, a poco más de medio metro de distancia. 
Sus manos vacías impedían presagiar cuál sería el castigo del esclavo. 
El silencio se hizo espeso en la mazmorra, roto únicamente por la fuerte respiración de tuso que miraba al Amo con ojos suplicantes. 

Un grito de dolor llenó la estancia. 
Contemplé el cuerpo convulso de tuso, sus manos apretadas en la barra, sus rodillas dobladas. 
El Amo había descargado un fuerte golpe con su pie sobre los testículos del esclavo. 

Comencé a sudar copiosamente pero no me atreví siquiera a pestañear.  
El esclavo recobró la compostura, temblando casi compulsivamente. 
"¡Mírame!", le gritó el Amo. 
El esclavo obedeció, el ínfimo instante que transcurrió hasta el segundo golpe.
Brutal y certero, agitó el cuerpo de tuso como un muñeco de trapo, mientras el grito desgarraba su garganta. 
Vencido su cuerpo hacia delante, sus brazos se estiraron evitándole caer. 
Jadeaba con fuerza, buscando el aire que le faltaba. 
Y era un sollozo incontenido la súplica a su Señor. 
El Amo elevó la barra, para que tuso recuperase la estabilidad. 
La elevó hasta estirar al máximo los brazos y las piernas del esclavo.  
tuso pedía clemencia, con la voz entrecortada por el llanto y la falta de respiración. 
El Amo se colocó nuevamente frente a tuso y golpeó sus cojones por tercera vez. Esta vez el esclavo no aguantó el golpe. 
Inconsciente, su cabeza se desplomó sobre el pecho. 
La rigidez de su encadenamiento mantuvo su cuerpo vertical, aunque inerte. 

El Amo me desató. "Puedes irte", me dijo. 
Ni una sola palabra más. 
Recogí mi ropa y salí de la mazmorra, desnudo. 
Necesitaba salir de allí, respirar aire fresco. 
El castigo de tuso me hizo temer más a mi Amo. 
Pero, incomprensiblemente, también me hizo amarlo más. 
Después del castigo, tuso dejó de ser esclavo del Amo.
Domado para siempre, su Dueño le regaló el peor de los castigos: venderlo. 
Y es que el Amo, comprensivo y compasivo como pocos, jamás tolerará la rebeldía.

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