Llegó por fin la hora de acabar con el virgo del muchacho indefenso.
El soldado con la verga dura como una piedra apunta al ojete cerrado y tenso.
Embrutecido y cachondísimo, el verdugo no se ha preocupado por dilatar y lubricar a su víctima,
que ante el estímulo del dolor extremo cierra instintivamente los esfínteres.
Tanta es la dificultad para perforar el ojete del chico,
que el soldado somete a su polla a un esfuerzo doloroso terrible.
Pero acostumbrado a las batallas no abandonará esta hasta salir victorioso
aunque tenga que correr sangre.
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