Días monótonos en el frente, demasiado tranquilos para contener las reservas de adrenalina y testosterona.
El Sol recalienta los sesos y a los jefes se les disparan las órdenes más absurdas.
Algunos cuentan sobre el bufarrón que acostumbraba exigirles a los soldados de la guardia
que se bajaran los pantalones y le mostraran el culo.
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