18/7/12

Un placer nuevo



"Voy a vendarte los ojos, amordazarte y atarte los pies, las piernas y las manos y te voy a azotar hasta hacerte sangre. 

¿Hasta hacerme sangre? Preguntó Roy inquieto. 

Es una forma de hablar. Dijo Mr. Teller.
Solo hasta que tus bonitas nalgas se pongan rojas. 
Después de esto, me introduciré en ellas. 

Le ató los pies y las piernas con una correa, le inmovilizó las manos a la espalda con una cuerda, le vendó los ojos con un pañuelo y cuando se disponía a amordazarlo con otro, Roy le preguntó si no corría riesgo de ahogarse. 
Sabía que Mr Teller no era el estrangulador de Hillside, que actuaba en Hollywood (un criminal al que nadie conseguía atrapar y que ya iba por su decimotercera víctima, todas ellas chicas jóvenes) y cuya captura era una de las preocupaciones del jefe de policía. Pero quiso asegurarse. 

Ya ves que no te aprieto el pañuelo, dijo Mr Teller mientras se lo ponía.
No está destinado a impedirte a gritar sino a ayudarme a tener la ilusión de que estás a mi merced, que tu cuerpo me pertenece, que soy libre de hacer con é lo que quiera. Pero solo te haré cosas buenas, aunque te haga un poco de daño. 

Sentado en una butaca, mientras Roy seguía de pie, le daba vueltas como a una muñeca. 
Le tocaba el sexo, le entreabría el trasero, le inclinaba el busto a la derecha y a la izquierda. 
Roy se excitaba al sentirse manejado por alguien a quien no podía ver. 
Todo su cuerpo le parecía reducido a los órganos del placer. 
Mr Teller le untó el ano con lubricante, levantó la mordaza para deslizar la lengua en su boca, lo llevó hasta su cama y lo inclinó sobre ella, y con un cinturón, empezó a flagelarlo. 
Roy se sintió invadido por una sensación extraña. 
Los golpes le parecían un placer nuevo que magnificaba y exasperaba su trasero y repercutía en la parte delantera. 
Lo invadió un calor que le abrasaba la sangre, desde los riñones hasta la juntura de los muslos, donde se balanceaba su miembro erecto. 
La fuerza de los correazos aumentaba, pero ya no le hacían daño. 
Unas estrías ardientes le cruzaban las nalgas, acusando su redondez. 


Roy se embriagó al pensar que entre sus dos cachetes en llamas, el orificio del placer estaba listo para saborear el deleite."



 Fragmento de la novela "Roy" autor Roger Peryrefitte

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